sábado, 27 de marzo de 2010

Cámaras y accesorios

Despues de darle vueltas a las diferentes opciones, finalmente nos hemos decidido por usar este trasto para grabar el corto: Canon Eos 5D Mark II. Si, es una cámara de fotos. Algunos ya sabreis de las excelentes propiedades que ofrece. Existían otras opciones; mas caras y que, a la larga, no acaban compensando, teniendo en cuenta el tipo de corto que es. 

Motivos para elegir la Canon: precio y, sobre todo, calidad de las ópticas; que pueden proporcionar un estilo visual bastante interesante en lo que a niveles de luminosidad y profundidad de campo se refiere. Os dejo un ejemplo, este corto realizado con la misma cámara.

Chapter 1: The Cabbie from Vincent Laforet on Vimeo.

domingo, 21 de marzo de 2010

Mas Allá del Final (VI)

Agazapado bajo una estantería, cubierto con cajas de cartón y alguna balda metálica, en cuclillas, conteniendo sus movimientos y su respiración para que no hicieran el mas mínimo ruido, Gabi no lograba oír nada salvo pasos lejanos que se movían, paraban, arrastraban y continuaban moviéndose. Se hizo el silencio. A través de una rendija pudo ver como los tres individuos, uno moreno, otro bastante alto y el tercero mas bajo en comparación, se reunían en torno al coche, fuera en la plaza. Uno de ellos abrió el maletero y sacaron a una persona. El hombre tenía la ropa hecha jirones y había sido golpeado. Empujándole, arrastrándole, volvieron al supermercado. El hombre quedó tendido en el suelo, mientras los otros tres se congregaban alrededor. Puntapiés e insultos, golpes y reproches. Esos eran los artículos de oferta que se vendían en ese momento en el establecimiento. Todo parecía estar motivado por cuestiones políticas, aquel había dicho tal, escrito cierta carta, opinado en determinado aspecto. Grandes pecados cuya penitencia se había de pagar. Así, el grande le sujetó, el moreno le dio su bendición y el mas pequeño, con un cuchillo, los ojos le sacó. El hombre agonizaba gritando, con las manos tapando su cara, revolviéndose en el suelo. A la voz de hazle callar, el grande le golpeó con el bate en la cabeza y el hombre se desplomó. El moreno sacó la pistola y le descerrajó un tiro de gracia. Una vez satisfechos con su compra, salieron del local, subieron a su coche y se marcharon de allí.  

Amanecía cuando Gabi seguía allí, temblando, sentado, aferrado a sus rodillas. Había contemplado esa escena, pero sobre todo había contemplado, no ya la muerte en directo, el asesinato en directo, la crueldad en directo, la brutalidad en directo, la humanidad en directo. Por si no era suficiente con la orgía de cuerpos ya en descomposición que le habían impresionado, hasta cierto punto, ahora había tenido la oportunidad de contemplar el fin en directo. Desde que comenzó la pesadilla todo había sido un escaparate de consecuencias terribles propiciadas por confusos motivos. Ahora, al despertar, la realidad  ¿qué realidad? le explotaba en la cara. ¿No era la bomba la realidad? ¿No era su ciudad volatilizada de los mapas y del mundo la autentica realidad? No, eso solo era la tele. ¿Y el tío del cuchillo en la barriga? ¿A qué realidad pertenecía? Todo empezaba a resultar demasiado confuso, demasiado abstracto. El hecho, único e incontestable era ese cadáver sin ojos ahí tirado, pero el verdadero hecho era el porque estaba allí. Esa es la clave. Por fin un porque. Porque otros tres tipos que no compartían sus ideas habían decidido, amparándose en el caos general, saldar cuentas. Por fin un porque visible. ¿La situación empeoraba o mejoraba? Pasó la noche dándole vueltas a todo, una vez mas. Eso no podía ser sano. Al final solo quedó el miedo, todo daba igual, su ciudad, su familia, Silvia. No, Silvia no. ¿Pero ahora? Con la llegada de la luz se atrevió a salir de su escondrijo. Pasó junto al cadáver sin ojos, no se atrevió a mirarlo. Temeroso, se asomó a la calle. Puso un pie en la acera, vigilando en todas direcciones, escrutando el aire en busca de cualquier sonido, amenazante o no, que pudiera detectar. Solo el inquietante silencio a las siete de la mañana. Avanzó unos pasos, por entre los cadáveres. Hedor. Una chispa, breve, intensa y refulgente, atravesó su cerebro, un impulso nervioso de ignota procedencia. Rompió a correr, con un impulso, una fuerza y una velocidad desbocadas, sin ver, sin sentir, solo el resuello escapándosele. Atravesó la plaza, la calle de los altos edificios de apartamentos donde miles de ojos le señalaban, otra calle, otra, otra mas. Llegó al chalet. Buscó las llaves, las sacó, las cayó al suelo, las recogió, abrió y entró. Cerró con todas las cerraduras posibles, bloqueó la puerta con la cómoda de la entrada, cerró las cortinas y se desplomó. En el suelo, con arcadas y ganas de vomitar el vacío de su estomago. Se recuperó, todavía fatigado por el esfuerzo, subió al piso de arriba y se parapetó lo mejor que pudo en una de las habitaciones. Arrastró muebles, sillas, objetos contundentes. Acaparó todo la comida, poca, que pudo encontrar y toda el agua, suficiente, con los recipientes que pudo llenar. Y allí se quedó esperando quien sabe que, como un soldado en su trinchera, en el batallón mas mermado del ejército mas derrotado, esperando el ataque del poderoso enemigo que no tardaría en llegar. Así lo pensó durante un tiempo. Dándole vueltas a un montón de posibles y vacuos planes de combate. Ventaja estratégica. Él estaba bien posicionado, ¿pero con respecto a qué? Aquello era absurdo. Si una horda de… lo que fuera entraba en casa, poco tenía que hacer contra ellos. Ese último pensamiento le inquietó y se asustó, especialmente ante la perspectiva de pasar otra noche en vela, ya serían demasiadas. Entonces el móvil sonó.

Continuará...

martes, 16 de marzo de 2010

Habemus Cast

Aqui está el reparto. Aunque ya sabemos como es esto de los cortos, en cualquier momento a alguien le sale un trabajo remunerado y se cae. Esperemos que no sea asi. Tres viejos conocidos y un nuevo fichaje. Raúl Jiménez, Jesús Pardo, Ramiro Melgar y Ángela Boj, bienvenida. 

domingo, 14 de marzo de 2010

Cosas escritas que la gente escribe (2ª parte)

Con permiso (o sin él) de la web artesonado.com (cuya visita les recomiendo encarecidamente) y sus respectivos autores, los cuales serán citados, como no podía ser menos, procedo a documentarles, por segunda ocasión, mensajes, ruegos, peticiones y blasfemias varias que la gente de la calle expresa abiertamente, utilizando para ello los espacios públicos disponibles al efecto.

Comenzamos haciéndonos eco de ciertos temas que traté en la anterior entrada al respecto: Las comunidades de vecinos y la seguridad ciudadana. En el caso de las primeras encontramos, una vez mas, sufridos presidentes de las mismas que han de hacer verdaderos esfuerzos ante las necesidades y problemas que plantea la convivencia vecinal, ejemplos:

También, como les comentaba, está el tema de la seguridad ciudadana y la prevención de delitos. Como aprendimos en la primera parte, lo mejor ante la delincuencia en potencia es cagarse:

Pero por encima del interés general, la gente necesita expresarse, comunicarse, establecer un diálogo con sus semejantes, llenar su vida con las vidas de los demás... o algo así.

Pero el diálogo no es solo una mera cuestión de ocio, el diálogo llega en ocasiones a ser una necesidad. Quizás no sea solo una conversación con otro ser, humano o no, puede ser un grito a la sociedad, al mundo, a quien quiera escuchar, un grito de auxilio tal vez...

... un grito que reclama a alguien que ya no está...

... un grito que llama a la reflexión...

... un grito de autoafirmación...

... un grito que quiere expandir tu mente... (este es de mis favoritos)

... o, directamente, un grito pa venderte algo.

Para culminar les muestro este misterioso mensaje, probablemente perpetrado por un grupete de jóvenes seminaristas en una noche loca de juerga, alcohol y fe. Benditos sean.


miércoles, 10 de marzo de 2010

Mas Allá del Final (V)

Casi cada diez minutos Gabi salía tímidamente a la calle y comprobaba si el cadáver seguía allí, tirado en la esquina. No era probable que resucitara, tampoco parecía probable que nadie fuera a buscarlo. Allí lo dejó. Nunca nadie volvió a por él. Retornando poco a poco a la cruda realidad, se dio cuenta de la necesidad de ir a comprar al súper, necesitaría víveres. ¿En serio la situación era tan dramática? Que se lo preguntaran si no al tipo de la esquina. Pensamiento catastrofista. Pero la catástrofe era una realidad, si no allí mismo, si en la ciudad, si en su propio corazón. Silvia le había hablado de los saqueos en el norte, ¿sería así en todas partes? ¿Allí en la costa también? Los jubilados alzándose por encima de su quietud y pisando a los demás, a cualquiera que pretendiera quedarse lo suyo. ¿Era posible? Uno de ellos había muerto desangrado a cien metros de su casa. Si, era posible. Fue al garaje y buscó entre las herramientas. Encontró un cinturón de trabajo que su padre había comprado hace años en un centro comercial. Solo lo usó una vez y le resultaba tan incómodo que acabo quitándoselo y cogiendo las herramientas de la mesa. Se lo puso, no parecía tan molesto. Cogió un destornillador, un punzón, un minitaladro a pilas y un pequeño hacha de mano. ¿Acaso se iba a la guerra? A la ebanistería mas bien. Cambió las chanclas por las zapatillas de deporte y un pantalón largo. Salió a la calle pertrechado de esta guisa. Cerró la puerta con llave, las dos cerraduras y se encaminó al súper.

La calle estaba jalonada en esta zona por altos edificios de apartamentos con las ventanas cerradas y las persianas bajadas en su mayoría. Seguía siendo un pueblo fantasma. Una pareja llegó corriendo desde el fondo. Gabi agarró lo primero que pudo y desenfundó el minitaladro. La pareja le miró asustada. Él sangraba abundantemente por la cabeza y ella trataba de tapar la hemorragia con clinex. Se alejaron. En ese momento comprobó que el minitaladro no funcionaba, probablemente estaría sin pilas, y además tampoco tenía broca. Si le hubieran atacado podría haber probado a lanzárselo a la cabeza, con un poco de suerte le hubiera abierto otra brecha al hombre. Pero no fue necesario. Lo guardó y blandió el destornillador en su lugar. 

Al llegar ante el supermercado el panorama era desolador. El edificio presidía una plaza que parecía un campo de batalla. Contenedores volcados, coches destrozados y cuerpos tirados. Allí podía haber diez o doce personas muertas. El destornillador le tembló. Las cristaleras del local estaban completamente rotas, el interior saqueado. Avanzó lentamente por entre los restos de la furia. Una señora mayor yacía con el cráneo abierto, pero mas que eso, lo que le hizo sentirse incómodo fue el hecho de que estaba desnuda. Es difícil asumir la desnudez de una persona respetable de ¿cuánto? ¿ochenta años? No era cómodo de ver. Desde luego, la masa encefálica rebosando por el asfalto tampoco ayudaba. A otro le faltaba una mano que parecía haber sido arrancada a mordiscos, pues los jirones de piel y músculo le caían como tentáculos desde el brazo, desde luego no había sido un corte limpio. Se sorprendió a si mismo cuando cayó en la cuenta de la entereza que mostraba al contemplar esas imágenes. Entró en el súper. Completamente desvalijado. Allí también había cuerpos. Parecían haber sido pisoteados por la multitud. Revisó durante media hora cada rincón del local, al final encontró una lata de maíz bajo un mostrador. Había zonas en las que el suelo estaba cubierto de pulpa de fruta machacada, aquello era incomible, pero parecía que alguien se había llevado una cantidad en un recipiente. Siguió con su exploración. Al entrar en uno de los cuartos del personal encontró allí a una de las cajeras, atada a un radiador, con la cara destrozada y con signos evidentes de haber sido violada, como la sangre seca en torno a su vagina. Vomitó lo poco que le quedaba en el estómago y cayó de rodillas. La entereza se había desvanecido. Por un instante Silvia pasó por su cabeza. Se levantó, con sus pantalones humedecidos por un extraño líquido gelatinoso, lo que fuera que cubriera el suelo, pulpa, aceite, gasolina, sangre, todo ello a un tiempo. Se acercó a ella, la cubrió con unos trapos. En la rasgada blusa todavía tenía su chapa identificativa. Le atiende: Luisa. Al subir la mirada atisbó los ojos pálidos abiertos que miraban al infinito en varias direcciones. Acercó la mano trémula y se los cerró. Camino al exterior escuchó como un coche se detenía ante la entrada. Se ocultó tras una estantería. Pudo ver como tres hombres bajaban del vehículo. Llevaban bates de béisbol, cuchillos y hasta una pistola. Recorrieron la plaza con la mirada y se encaminaron al interior.

Continuará...

martes, 9 de marzo de 2010

En los mejores cines

Se me olvidó comentar que "Los Muertos y Los Sordos" obra incomprendida donde las haya.... fue proyectada la semana pasada dentro de la XIX Muestra de Cine Internacional de Palencia, cosechando un clamoroso éxito unánime de crítica y público, "no está mal" es lo que decían todos. En realidad no lo se porque no fui. A todo esto, el día 20 será proyectado en Loja, Granada, en el festival pertinente, a donde si iré porque estos se tiran el rollo y pagan dos noches de hotel. Menos es nada.

Y ya que nos ponemos, reproduciré aqui el artículo que fue publicado en el número de invierno de la revista de la Unión de Actores. Lo hago mas que nada porque no lo publicaron íntegro. Cuestión de espacio supongo, espero que no de censura.

1917. Primera Guerra Mundial. Un conflicto olvidado que cambió la historia del mundo y condicionó el devenir del sigo XX en todo su conjunto. Es en esta atmósfera donde encontramos a André y Didier, dos soldados franceses desertores, cada uno con sus motivos, cada uno con su forma de ser particular. Sus pasos se cruzan con los de un soldado alemán aparentemente perdido. Es el enemigo, pero es también un ser humano. 

¿Puede la guerra borrar todo rastro de humanidad en una persona? ¿Cabe la posibilidad de un entendimiento entre individuos enfrentados por intereses ajenos a ellos? Quizás André y Didier no se planteen estas preguntas, pero en su mano está darles respuesta.

“Los Muertos y Los Sordos” nace de una idea muy simple y prosaica, nadie ha hecho un corto de la Primera Guerra Mundial en España. Hagámoslo. Así, se convierte en la primera producción en imagen real que trata La Gran Guerra en este país. A partir de aquí empieza el proceso de creación. ¿Es preferible escribir un guión audaz y colosal, pero prácticamente irrealizable, o uno mas modesto y viable? Se impone el pragmatismo, el guión utiliza pocos elementos a nivel material, pero no así a nivel psicológico. La guerra está en las mentes de los protagonistas y es lo que condiciona su comportamiento. Pero tampoco queremos ser excesivamente graves y casi por azar un ligero toque de comedia se impone y, a la postre, tal vez su efecto resulte mas devastador.

“Los Muertos y Los Sordos” está rodado de la manera mas simple imaginable. Una pequeña cámara de video, un reducido equipo (no más de 15 personas) y dos días de rodaje. Sin embargo el dinero y los medios no lo son todo. Escribir guiones y dirigir actores es gratis. Y sobre estos últimos recae todo el peso y toda la responsabilidad de la historia. Son ellos los culpables de que por apenas siete minutos podamos sumergirnos en una época pasada de la casi nadie se acuerda. Pero no somos perfectos, no vamos a ocultar nuestros errores, nuestros defectos. Aún nos queda mucho por aprender y por mejorar.

lunes, 8 de marzo de 2010

Poster promocional.

En breve anunciaré el reparto, de momento podeis ir abriendo boca con este sencillo poster que, espero, anime a productores de toda índole y condición a invertir todo su dinero y vastos recursos en este macroproyecto... que van a ser cuatro días de rodaje, el doble de lo habitual. Hala majos, aqui os lo dejo.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Mas Allá del Final (IV)

Por la mañana la cabeza le dolía. Toda la noche había sido una eterna búsqueda de respuestas sin sentido, de motivos sin razón. Las piernas entumecidas, los ojos humedecidos. Se levantó y se obligó a arrastrarse hasta el cuarto de baño. Allí, una vez mas, el tiempo se mostraba inalterable. Parece que las tuberías ya no rugían. Se miró al espejo y vio los enrojecidos ojos que le observaban desde un mas allá inescrutable. Esos ojos no eran los suyos, pertenecían al pasado, allí se habían quedado, detenidos en un instante indeterminado. Solo quedaba la fría e invariable herramienta óptica que transmitía las imágenes al cerebro. La imagen era la de un rostro descompuesto, blanco, envejecido prematuramente, diez años en unas pocas horas, quizá en un minuto, quizá en un segundo. Y por encima una nube que seguía flotando con recuerdos, algunos buenos, otros no tanto, con esperanzas, unas concretas y pragmáticas, otras fantasiosas e irreales, con sueños, todos ellos destruidos. Personas que había recontado durante toda la noche, todas las personas que recordaba, las que había conocido, las que había visto. Se acordó de Javito. Iban juntos al colegio. Un día de Mayo Gabi llegó del recreo con un punzante dolor de estómago, había vomitado, pero el dolor persistía. El profesor le dijo que se sentara, llamaría a sus padres para que vinieran a buscarlo. Javito estaba al lado. Gabi se retorcía de dolor y casi lloraba. Javito, cabrón insensible, se acercó al oído y le dijo “Ojalá te mueras”. El dolor aumentó. A los veinte minutos su padre apareció y se lo llevó. El profesor continuó su clase de matemáticas ante sus alumnos de siete años. No se había vuelto a acordar de Javito desde entonces. Durante un instante se alegró de su muerte, vaporizado por el fuego. Luego, durante un instante mas largo, pensó que podía haber sobrevivido, un herido con quemaduras horribles agonizando de dolor durante horas, eso le reconfortó.

La luz del sol era de un blanco cegador, “blanco nuclear” le vino a la cabeza. Sin ganas y sin fuerzas, sonrió por la estúpida expresión heredada de un anuncio de detergente o algo así. Sacó el móvil. Consultó la lista de llamadas. Casa. Observó durante mas de un minuto, esa palabra que escondía tras de sí un número de teléfono, pues probablemente ya sería lo único que quedaba. Casa. ¿Dónde estaba ahora? El dedo acariciaba el botón de llamada, sin atreverse a pulsar. Se llevó el auricular al oído. Silencio. El dedo inquieto y asustado se decidió a pulsar al fin. Esperó. ¿Tono? No. Silencio. Colgó y volvió a probar. Se movió, salió a la calle, la cobertura estaba al máximo. El móvil de su madre, de su hermano, el fijo de casa, el de la oficina de su padre. Silencio. El siguiente nombre en la lista. Silvia. Llamó, temeroso de mas silencio, pero no. Tono. Silvia contestó en la lejanía, su voz alterada, asustada, emocionada, comprensible apenas. Su familia también se había evaporado, cabía la posibilidad de que sus padres estuvieran en el pueblo, pero no sabía nada de ellos. Entre ruidos, lloros y lamentos le explicó que el caos se había desatado en el norte, el ejército había tomado las calles, la gente había explotado en una orgía de desesperación, pillaje, vandalismo, locura, ruegos y voces. Estaban evacuando, no se sabía a quien, no se sabía a donde, no se sabía hasta cuando. Allí las noticias eran claras. Una bomba nuclear había estallado en la ciudad, en la capital, un enorme hongo que se había tragado el cielo y la tierra en kilómetros a la redonda. La ciudad había sido completamente destruida, y con ella y sus gentes, las importantes autoridades políticas, militares y sociales, cuya ausencia en lugar de unir a las gentes por fin, había contribuido aún mas a la anarquía en su peor sentido. Y eso en el norte, a saber como estaría el resto del país, el resto del mundo tal vez. Muertos en las calles, victimas de una explosión de furia y descontrol, de egoísmo y supervivencia. La comunicación se cortó varias veces. Gabi rellamaba rápidamente. Antes del último corte Silvia le explicó que intentaría huir a un pueblo del interior junto con unos compañeros de trabajo y sus familias, una aldea cerca de las montañas. Repitió su nombre cuatro veces pero Gabi no lo entendió. La comunicación se interrumpió y no se pudo recuperar.

Sentado en el escalón de la puerta pasó el día contemplando la fachada de enfrente. Nadie pasó en horas por aquella calle. A eso de las seis y media una figura tambaleante apareció tras una esquina. Parecía mirarle. Levantó un brazo y se derrumbó. Desconfiado, Gabi se acercó a tientas. Creyó reconocer aquella cara, un cincuentón calvo con unas gafas de pasta rotas y ensangrentadas. Tenía un cuchillo de cocina clavado en el estómago.

Continuará...