viernes, 23 de abril de 2010

Mas Allá del Final (VII)

La voz apenas parecía ella, el eco traía sonidos irreconocibles, el miedo, palabras confusas. Durante casi un minuto la voz de Silvia, atorada por la angustia y la falta de cobertura, por la lejanía y las ondas electro magnéticas, apenas pudo ser reconocida. Sus frases y todo cuanto decía se perdía en una maraña de ruidos e interferencias. Ven. ¿Lo dijo realmente? ¿Ven? Gabi no sabía que pensar. Ella necesitaba que él fuera ¿a qué? A reunirse con ella. ¿Por qué? A salvarla. ¿De qué? A huir juntos ¿Dónde? Nada había quedado claro. Se quemó durante horas la cabeza tratando de encontrar la respuesta adecuada a una pregunta, a una cuestión de la que ni siquiera había entendido su enunciado. Ven. El pueblo, de nuevo, estaba en completa quietud, aparentemente. Nadie que viera el mundo desde quinientos metros de altura diría que en el supermercado de la plaza había pasado algo el día anterior. Era todo quietud. Todos los cadáveres en quietud, toda la compasión en quietud. Se levantó, miró alrededor, la comida enlatada, el agua en botellas de plástico, las sillas y muebles apilados, cuchillos de cocina, sartenes, hasta el minitaladro eléctrico sin pilas ni brocas. Consiguió dormirse. 

Ninguna fuerza irresistible invadió el chalet. Se despertó y se puso manos a la obra. Las mochilas, ¿una riñonera o dos? Tres, mejor que sobre. Botellas de agua, el bidón de la bici, ¿medicinas? Porque no. La comida, cucharas, tenedores, cuchillos. Ropa, pantalones, dos, camisas, una, calcetines, todos.  Conectó el móvil a la luz, pero no respondió. La batería ya estaba en las últimas. Probó en otros enchufes, pero nada. Comprobó entonces que la luz se había ido. Revisó los fusibles, las posibles conexiones, pero no, se había marchado también. Resignado, siguió con sus preparativos. Revolviendo en su habitación no encontró nada de utilidad, solo recuerdos. Juguetes de hacía muchos años en el fondo de un cajón. Cosas que sus padres le habían regalado o que los reyes magos le habían traído. Se quedo un rato contemplándolos, tocándolos, despidiéndose. Dentro de un armario, en un cajón, envuelto en una bolsa de plástico, preservándose del tiempo, dio con un sonajero de cuerda. Era una especie de patito naranja, al tirar de la cuerda sonaba una canción de cuna. Tiró. Recordaba esa canción, no sabía de que. Habría tirado de esa cuerda hace años o tal vez la recordaba de cuando era su madre quien tiraba, de cuando él era tan solo un bebé de meses. El patito movía los ojos y las pequeñas alas arriba y abajo. Su obsoleto sistema de engranajes le dio vida. Sin pilas, sin luz, sin agua, sin nada digital. Ahí estaba, moviéndose y reproduciendo la cancioncilla como tanto tiempo atrás. La cuerda llegó a su fin y la canción cesó. Volvió a tirar, hasta el tope, y dejó pasar la canción hasta el final. El mecanismo continuó y la canción volvió a sonar completa otra vez. La tercera no llegó hasta el final. Tiró una vez mas de la cuerda y volvió a escucharla como si no hubiera nada mas importante en el mundo, tal vez no lo hubiera. Envolvió el juguete en la bolsa y lo guardó en su mochila.

A media tarde todo estaba listo. Parecía que se iba a una peligrosa expedición por la selva, eso era los mas probable que pasara. Se aseguró de que las ventanas estaban cerradas y las persianas bajadas. Las puertas cerradas, la luz y el agua cortadas, los electrodomésticos desenchufados.  Todo en su sitio. Recordó como su madre se obsesionaba con esos pequeños detalles cuando se acababan las vacaciones y era hora de volver, cuan estúpidos le parecían entonces. Cuan importantes y llenos de un sentimiento extraño estaban ahora. Era una despedida, de las importantes, de las de hasta siempre. De las de no se cuando nos volveremos a ver. Suerte. Solo quedaba la persiana del salón, la que daba al jardin. Ya había cerrado las puertas correderas de cristal. Agarró la cuerda y tiró hasta que la persiana bajó completamente, ni siquiera un poco de luz se colaba por entre las pequeñas rendijas. Todo oscuridad, todo silencio. Se sintió cómodo en ese estado. Durante un segundo se planteó el quedarse allí. Sentado en el sofá, en silencio, dejando que todo fluyera afuera y que el mundo se devorara así mismo hasta que al final, sin previo aviso, todo acabara. Pero no. Hizo el esfuerzo de acercarse a tientas a la puerta de la entrada. Abrió una cerradura, luego otra, descorrió un pestillo. Abrió, y la luz del exterior dijo: Ven.

Continuará...

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