lunes, 15 de febrero de 2010

Retrospectiva (IV)


LOS MUERTOS Y LOS SORDOS.

Cada mañana, temprano, mucho antes de que amaneciera, Didier ya estaba en pie dispuesto a amasar su pan. Un trabajo duro para aquel que no gustara de madrugar. Para él la dureza estaba en no recibir los besos y la algarabía de su pequeña princesa, a la que la viruela arrebató para siempre de sus brazos. El día en la panadería y silencio al volver a casa. Marguerite prácticamente no abría la boca desde que perdieron a la niña. No la abría para hablar y apenas para comer. Su estado de salud se resentía. Antes de la fatídica enfermedad la relación entre ambos estaba tocando fondo. Las infidelidades del marido habían pasado factura, pero ahora, unidos en el dolor y en la pérdida, el matrimonio no era sino una pérdida de tiempo. Cuando a finales de Agosto un gendarme llegó de París y organizó un alistamiento, Didier no lo dudó. ¿Deber para con la patria? No, la necesidad de salir huyendo.

Ventabren, un pequeño pueblo al norte de Marsella era, para André, un sitio insulso. Su madre le llevó allí de pequeño junto con su segundo marido. Al principio resultó dificil para un niño del interior acostumbrarse al extraño ambiente portuario que se respiraba, a pesar de que el mar estaba a unos cuantos kilómetros. Para alguien como él, el futuro pasaba si o si, por buscar trabajo como estibador en los muelles. Se trasladó a Marsella y así lo hizo. Definitivamente nunca le gustó el mar. Cuando estalló la guerra muchos de sus compañeros se alistaron voluntarios. Tras la primera remesa conseguir trabajo en el puerto era un juego de niños, ya casi no quedaban hombres jóvenes y fuertes. Pero poco a poco la escasez de personal hizo que el trabajo se hiciera mas pesado y lento. André no iba a cambiar sus viejas costumbres por eso. El burdel seguía siendo parada obligatoria si había dinero en la cartera, ahora todos los días. Durante un tiempo estuvo incluso durmiendo allí, levantándose para ir a trabajar y volviendo al anochecer. Las autoridades militares finalmente se hicieron cargo del puerto y las noches de alcohol y sexo empezaron a escasear. 
El cartero llamó a la puerta. Con un horrible dolor de cabeza, André se incorporó pesadamente y abrió. Era una carta de reclutamiento.

¡El Kaiser nos llama! ¡Alemania nos llama! La multitud se congregaba en las calles, vitoreaba a los primeros soldados, que ya salían formando, banderas, aplausos y gritos de júbilo. ¡Por fin! ¡La guerra! Günter corrió emocionado, como nunca lo había estado. Era el momento del gran Imperio Alemán, su momento, el momento de los héroes. A los pocos días ya estaba en un cuartel de Dortmund iniciando su adiestramiento. Fue duro para muchos de sus camaradas, pero él sabía que le estaban convirtiendo en un hombre, no es ninguna tontería. Sufriremos si es necesario. Tiempo después la vida en el frente le estalló en la cara. Resistió. Era necesario. El enemigo ansiaba matarle a él y a todos sus seres queridos. La clave era que no llegaran a las trincheras, la consigna: disparar. Entre humo y ruido ensordecedor no resultaba facil apuntar contra aquellas figuras azules que corrían a su encuentro. Pocos días después solía darse el mismo caso pero a la inversa. Eran ellos los que corrían al encuentro de la trinchera enemiga. Muchos compañeros perecieron o directamente se volatilizaron. Pero ellos no iban de azul, no era tan fácil acertarles. En primavera un coronel apareció en la linea de trincheras. Varios hombres fueron llamados, los que tenían mejor historial en batalla y en su periodo de entrenamiento, asi como los que habían sido destacados por sus superiores por valor en combate. El coronel buscaba voluntarios para los nuevos grupos de asalto que el ejército había puesto en práctica con gran éxito. Los Stosstruppe. Günter destacó entre todos.
El asalto encubierto a trincheras enemigas no era, ni mucho menos, como una carga de infantería. Muchas veces los obuses no restallaban alrededor, e incluso en ocasiones reinaba el mas absoluto silencio. El que precedía a la tormenta. El contacto cara a cara con el enemigo despertó a Günter de la letanía en la que se encontraba. Bayonetas que cortan la carne y las vísceras que salpican la cara, los gritos, las miradas de ojos a punto de estallar, el olor de la carne quemada de aquellos hombres a pocos centímetros, el enemigo. En algunos momentos Günter perdía la conciencia. Una bruma en su cerebro, solo unas piernas que corrian mientras los brazos y las manos realizaban su mortífero cometido sin que él lo percibiera. 

Después de Verdún la moral francesa no estaba por los suelos, simplemente se había esfumado, se había ido acompañando al millón de hombres que habían dado sus vidas por unos metros de barro. Un éxito sin embargo para ciertos sectores del alto mando galo. El general Nivelle se había ganado el derecho a que unos cuantos cientos de miles de vidas siguieran pasando por sus manos. El 16 de Abril, con veteranos de Verdún que aún no habían sido relevados, con ninguna comida en el estómago y mucha sangre en sus pesadillas, inició la ofensiva contra el Chesmin des Dames. Si no conseguía su objetivo en dos días se retiraría. Al cabo de una semana seguía allí, y los refuerzos no dejaban de llegar y morir. Los mas veteranos, unos cincuenta mil, decidieron plantarse. Es dificil poner de acuerdo a tanta gente. Nivelle lo logró tratándoles como objetos sin valor, a los que se podía enviar al matadero con toda tranquilidad. ¿Hombres? No, soldados. ¿Idealistas? No, supervivientes. André y Didier habían llegado a la conclusión de que ya era suficiente.

Los Muertos y Los Sordos (2009) from Senén Fernández on Vimeo.

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